Aquel espectáculo era todo un deleite para cualquier expectador. Ese chiquillo tenía una habilidad extraordinaria para hacer berrinche cuando se tropezaba e iba a dar al suelo. Cosa que ocurría con frecuencia en aquel entonces. La pataleta podía escucharse su buen rato a todo lo largo y ancho de la casa. Y no cesaba hasta que la abuela Zulay llegara a secar lágrimas, limpiar raspones y, por supuesto, a ofrecer un vaso de leche con chocolate.
Estoy seguro que los berrinches de mi niñez le sonarán familiares a más de alguna persona. Y más seguro estoy de que sabrán ustedes que funcionaban. Así como lo oyen. Funcionaban muy bien. Sobre todo con mi abuela.
Crecimos en medio de una sociedad en donde los berrinches son la manera más natural de resolver los conflictos, la necedad y las chiquilladas, la manera de hacernos escuchar. Y como lo hemos constatado en los últimos días, tenemos verdaderos maestros en el arte de los berrinches sociales. Aunque claro, el nombre es más sofisticado. Hay más caché en decir que estuve apoyando los bloqueos que en decir que estuve haciendo berrinche en media calle.
Y no es puramente un tema de aversión a los porteadores. Ellos simplemente están de turno. Están lejos de estar solos en la lista de quienes incomodan a los demás con actitudes infantiles para conseguir sus objetivos.
Hacer valer mis derechos es un deber sagrado. Pero hacerlos valer cuando me viene en gana, como me viene en gana, a costa de los derechos de mis semejantes, o a costa de la prosperidad de mi país, es una atrocidad. Es una dinámica mezquina en la que a larga todos pierden. O donde solo unos cuántos ganan, que es casi lo mismo.
Mezquina porque refleja débil capacidad de acción y concertación de un sistema de gobierno en donde las necesidades del pueblo son atendidas a la carrera. No sólo por reacción, sino más bien por presión. Quien haga el incendio más grande ó quien tenga el accidente más grave es quien se atiende primero. Donde los canales de comunicación no existen, no sirven ó no se usan. Donde pedirle una cita, enviarle una carta a mi diputado ó hacerle una llamada son cuestiones de ciencia ficción.
Mezquina porque simplemente patalea, incomoda a todos, y en la práctica no logra nada ó casi nada. No pone las cabezas a pensar, no genera propuestas. No crea discusión. Simplemente espera que venga alguien mayor a resolver los problemas.
Mezquina porque significa no cortar, pero tampoco prestar el hacha. Porque negarse a producir uno mismo y negarle a otros la capacidad y el legítimo derecho que tienen de producir es el mayor acto posible de mezquindad. Sea por medio de la ley o sea por medio del bloqueo. Igual que mezquino es el acto de reclamar mi derecho a producir sin aceptar las responsabilidades y deberes que el mismo presupone.
Adolescencia social le llaman los científicos. Tiquicia del alma la llamamos nosotros. El hecho es que no podemos pretender ingresos de adulto, oportunidades de adulto, estilo de vida de adulto; si no queremos pagar el precio que como adulto se debe pagar, si seguimos actuando como niños por las calles, por los pasillos de la oficina, ó en la sala de la casa.